“Sudamérica. Ahí es donde cultivan la coca…” son las primeras palabras que me dice Ozzy Osbourne cuando le informo de dónde vengo. Ya suponía que las cartas de referencia “Evita, Maradona, Messi” con las que suelen identificarnos a los argentinos iban a ser irrelevantes para el príncipe de las tinieblas.
Ozzy y Geezer Butler, respectivamente la voz y el bajista y letrista originales de Black Sabbath, reciben a la prensa del mundo en un par de habitaciones del elegante Marquis Hotel de Los Angeles, ubicado a metros del Sunset Strip, una meca de la ciudad por sitios que dejaron su huella en la mitología del rock como el Whisky a Go Go o The Roxy. La razón de la cita es bien conocida: tras 35 años, tres de los miembros originales de Black Sabbath se reunieron para grabar un nuevo disco (el recién aparecido 13) y presentarlo en una gira global (que los traerá a las argentina el 6 de octubre). El histórico que falta a la entrevista es el guitarrista Tony Iommi, quien hace más de un año, desde los primeros ensayos para la grabación del nuevo disco, está en tratamiento médico porque padece de linfoma, un tipo de cáncer en la sangre. A pesar de que la enfermedad es potencialmente fatal, su pronóstico es muy bueno. Iommi fue quien conservó el nombre de la banda en las últimas décadas y fue el único miembro constante desde la expulsión de Ozzy en 1978, por su consumo descontrolado de sustancias controladas.
Durante la larga charla que mantenemos en una suite sembrada regularmente con un catering muy saludable de mangos, manzanas, almendras y nueces, más de una vez Ozzy lleva la conversación hacia las drogas, siempre aclarando que no las consume más, aunque el énfasis me hace pensar que lo opuesto es la verdad. “No puedo imaginarme consumir ahora las drogas que solía consumir años atrás. Cuando estás colocado crees que estás tocando y cantando súper bien, pero en realidad son las drogas las que lo están haciendo y no vos. Las drogas o el alcohol no te dejan pensar con la cabeza despejada y entonces llegás a creer que los necesitas para escribir una canción, pero no es así. Probamos mucho LSD y heroína, a él (señala a Geezer) le encantaba la heroína, yo no podía tolerarla. Además había que inyectarsela y yo no quería hacer eso. La esnifábamos. Pero la heroína me daba vuelta completamente y quedaba fuera de mí. Una vez que empezás a tener malos viajes es el momento de parar. Yo he manejado autos completamente dado vuelta. Ahora no podría ni pensar en hacer algo así. No es divertido. En este momento no consumo ningún tipo de drogas, ni siquiera alcohol”, reitera Ozzy.
La declaración no es enteramente cierta. Algunas semanas después de la entrevista, se hizo público que Sharon Osbourne su esposa, su manager y la mujer que lo reinventó como una estrella de la reality TV, había decidido abandonarlo tras un matrimonio de casi 30 años porque, después de una década sobrio, Ozzy había vuelto a consumir. “Estuve sumido en la oscuridad y fui un imbécil con la gente que más amo, mi familia» fue el mea culpa que publicó hace poco en su cuenta de Facebook tras hacer las pases con Sharon.
En la entrevista, anterior a la disculpa pública, no muestra signo alguno de estar bajo la influencia de ningún fármaco. Más bien parece añorar las drogas, atenuar las ganas de tomar hablando de ellas. Es probable que su vínculo con las drogas adictivas en ese momento sea el mismo que decía tener años atrás: “Las dejaba, volvía, volvía a dejarlas y volvía ellas”. Si hubiera que juzgar por el almuerzo que compartió con Geezer y su hijo Jack Osbourne en el que sólo comió frutas y vegetales con agua mineral, uno pensaría que se trata de un fanático de la vida sana.
Desde luego que las décadas de exceso dejaron marcas en el cuerpo de Ozzy, pero éstas no son notables en un primer momento. El escritor norteamericano y adicto irreversible William Burroughs, en su libro Yonqui, expuso la delirante teoría de que un adicto a las drogas puede preservase más joven que otras personas porque renueva sus tejidos con más frecuencia ya que, siempre según su imaginación, el síndrome de abstinencia produce una especie de purificación celular. Ozzy y otros músicos sobrevivientes de las guerras químicas de los años 60, 70 y 80, podrían ser la prueba viviente de la teoría.
Frente a mí, Ozzy está vestido íntegramente de negro, con anteojos de marco redondo y cristales azules. El abundante pelo castaño oscuro es de un lacio de aviso de crema de enjuague y sin una cana. La piel tensa de su cara tiene la uniformidad y tersura que sólo una genética extraterrestre o la cirugía plástica pueden otorgar. Ozzy tiene 64 años, pero parece más joven; tiene la edad indeterminada de las personas que pasaron por el quirófano. Creo que la teoría de la eterna juventud yonqui de Burroughs sólo se verifica en los ex adictos tan ricos como para poder pagar a los mejores cirujanos de Beverly Hills.
Geezer se me aparece como su reverso: los mechones grises y los ojos cansados no se esfuerzan por ocultar sus sesenta y pico, aunque muy bien llevados. Es meditativo, pausado y contesta con corrección y seriedad a cada pregunta, mientras que Ozzy sólo contesta lo que tiene ganas, lo interrumpe en casi todas sus respuestas, no puede quedarse más de diez minutos sentado y se la pasa haciendo chistes (los mejores lo tienen a él mismo como víctima). También tengo la sensación de que para Ozzy hacer diez entrevistas en un día y contar las mismas historias a diez tipos como yo no es un trabajo monótono y agotador sino el ecosistema en el que puede sobrevivir: ante Ozzy, sospecho, siempre tiene que haber cámaras o periodistas o un público porque nunca abandona su personaje, ni siquiera para una audiencia de uno. Geezer, por su parte, probablemente esté contando los minutos para que terminen las promociones y poder escapar a su vida que debe estar en otro lado. Geezer es un profesional del mundo del entretenimiento. Ozzy es una estrella.
Si bien el aspecto de Osbourne no es el de alguien de su edad, su estado de salud demuestra que los años lo alcanzaron. Hace tiempo padecía violentos temblores que atribuía a su consumo desmedido de alcohol. Pero luego descubrió que padece la enfermedad de Parkin, una dolencia de síntomas parecidos al Parkinson que le provoca dificultades motoras. Ozzy camina con pasos muy cortos y dubitativos y tiene algunos problemas de dicción que, sumado a un ligero tartamudeo de toda la vida, hace que a veces sea difícil entenderlo. Sin embargo, ninguna de estos achaques se percibe en el escenario. Un poco como esos atletas profesionales que hacen cosas sobrehumanas en el campo de juego y luego, en su vida cotidiana, tienen un cuerpo roto que apenas los deja moverse, Ozzy es un animal en la escena. En la vida, es un hombre de cara atemporal y movimientos de anciano.
RS: Los Who cantaban “Quiero morir antes de volverme viejo” y esta frase se volvió parte del adn del rock como música joven y para jóvenes. Ahora que ambos tienen más de 60 y el rock una historia de otros tantos años, ¿qué piensan de semejante deseo?
Ozzy: Te dijo una cosa, no van a quedar muchos rockeros de más de sesenta después de que nosotros nos hayamos ido. No lo veo a Justin Bieber tocando a los 64 años, aunque él no es exactamente un rockero. Pero ya vas a ver. No van a quedar demasiadas bandas dentro de 40 años. Ya hoy en día no quedan muchas bandas que puedan tocar.
Geezer: Para mí este momento es genial porque siento que estoy tocando mejor que nunca y que la banda suena mejor que nunca. Ya no pensamos que tenemos que llenarnos de drogas para tocar. En este disco Tony toca maravillosamente y Ozzy metió algunas de las mejores voces de toda su carrera.
El crítico inglés Simon Reynolds, autor de un ensayo llamado Retromanía, la adicción del pop a su propio pasado (publicado en Argentina por Caja Negra) señala una contradicción similar a lo expresado por Butler. Si bien el rock como expresión joven debería apuntar hacia la transformación y al futuro o, por lo menos, al presente en lugar de venerar su pasado con continuos regresos, reediciones y reversiones (“vivimos en la década re…” dice Reynolds), lo cierto es que muchos de los regresos y reversiones son más logrados que los originales en el sentido de que los músicos tocan mejor, la producción es más competente y los instrumentos suenan con mayor calidad. Aunque suene paradójico, no todo lo “retro” sería igualmente retrógrado. El contraargumento de esto último es que muchos de los aciertos del rock provienen precisamente de sus “errores”, de no saber tocar del todo bien, de no tener una idea acabada qué se está haciendo y de estar obligado a improvisar con las herramientas y habilidades limitadas de que se dispone.
Lo cierto es que las bandas no vuelven a juntarse para corregir supuestos errores del pasado sino, como también señala Reynolds, porque es un monumental negocio. Muchas veces un tour de regreso o una reedición de un disco genera más dinero que la aparición original, como demuestra la propia historia de Sabbath, cuyo “Iron Man” recién fue número uno cuando se regrabó dos décadas más tarde de su primera edición. En efecto, el tour de regreso significa para muchos músicos la posibilidad de recibir por primera vez dinero de un disco debut que quizás llegó a ser legendario pero que pudo haber sido grabado bajo un contrato leonino o que resultó ignorado por el público. El regreso, además de un negoción, a veces es también una forma de revancha.
Black Sabbath se formó en 1968, cuando todos sus integrantes (Ozzy, Tony, Geezer y el baterista Bill Ward) tenían unos 20 años. Ninguno de sus primeros cuatro discos, grabados entre 1970 y 1972, y hoy venerados, fue especialmente valorado por la crítica mainstream del momento, ni un gran éxito comercial, pero entre los cuatro dibujaron el mapa de todo el hard rock que vendría en las décadas siguientes: desde el hair metal americano hasta el doom metal nórdico. En 1978, ya pasado su momento de gloria y tras grabar el anodino Never say die! Ozzy fue expulsado y Tony Iommi siguió al frente del grupo con Ronnie James Dio en su lugar para el muy bien recibido Heaven and Hell. La carrera solista de Ozzy, sin embargo, resultó mucho más exitosa y lucrativa que la de Sabbath. Iommi llevó al grupo a sucesivos recambios de músicos (incluidos los vocalistas Ian Gillan, Glenn Hughes y Tony Martin y sesionistas que ya habían pasado por Deep Purple y Rainbow) que hicieron que perdiera dirección. En su último disco de estudio, Forbidden, producido por Ernie C. de Body Count suenan como un clon a medio terminar de… Body Count. Para mediados de los 90, Ozzy tampoco estaba en su mejor momento de modo que las condiciones para el regreso estaban dadas. En esa ocasión, hicieron un tour masivo y grabaron un disco en directo aunque no lograron componer suficiente material como para nuevo trabajo de estudio. Ya sin Ozzy, Black Sabbath se reformó con Dio en 2006 y siguió tocando hasta su muerte, sucedida en 2010. Al año siguiente, Iommi intentó volver a juntar a la formación original. “Cada cinco años nos reencontramos con la idea de grabar un nuevo disco. Aquella vez la relación no funcionó y las cosas que escribimos no eran del todo buenas” explica Geezer. “Ni siquiera eran mis melodías”, acota Ozzy, “había una persona del estudio que hacía las melodías para mí. Además, estábamos viviendo todos juntos y no nos dio resultado. Si estás en el mismo lugar con la banda siete días a la semana 24 horas por día, empezás a estar enojado por cualquier cosa. Necesitas tiempo para vos. Convivir en el mismo ambiente todo el tiempo te vuelve loco”.
RS: ¿Qué fue lo que cambió esta vez?
Ozzy: Cuando empezamos a ensayar y nos enteramos de que Tony tenia cáncer, yo pensé que nos iba a pasar lo mismo de siempre, que no íbamos a continuar. Tony tuvo que empezar su tratamiento enseguida. Había días que llegaba con la cara completamente blanca, sin haber podido dormir. Le preguntaba si quería que lo dejáramos pero el siempre me decía que no, que se iba a poner bien, tenía una determinación extraordinaria. Y tenía razón: no sólo se sobrepuso al cáncer sino que realizó un trabajo increíble con la guitarra. El es realmente el hombre de hierro. La quimioterapia no es exactamente una droga recreativa. Te pone enfermo. No sé cómo lo hizo. En su lugar yo habría pedido morfina desde el primer minuto… Creo lo que cambió esta vez es que llegamos a la conclusión de que no nos queda tanto tiempo como para dejar pasar otros cinco años, asi que paramos de dar vueltas y nos pusimos a trabajar.
RS: Rick Rubin, quien produjo el disco, hizo su carrera balanceándose entre el hip hop y el hard rock y fue uno de los primeros en fusionarlos, ¿qué aportó al sonido de Sabbath?
Ozzy: Cada vez que me cruzaba con él, me decía que si alguna vez volvíamos a hacer un disco, tenía que ser el productor. Creo que hizo un gran trabajo. Cuando me dieron el master hace unas semanas pensé “seguramente va a estar bien” pero luego lo puse en mi reproductor de CD y no lo podía creer. Es rock duro y a la vez cristalino. Se puede escuchar a la perfección cada uno de los instrumentos en cada track. Pero lo general busco las fallas en todo lo que hago y siempre encuentro algo: “ah, sí, eso no debería haber estado ahí”. Pero con este disco me digo “wow” cada vez que lo escucho. Es tan heavy y no suena para nada empantanado sino clarísimo.
RS: ¿Cómo fue la grabación?
Geezer: Tony tenía un montón de ideas, un montón de riffs y otras cosas. Nosotros los escuchamos y empezamos a trabajar en ellos por un par de horas cada día. Si funcionaba, bien. Si no, nos volvíamos a casa, seguíamos pensando en cómo hacer que funcione y al otro día volvíamos frescos a seguir trabajando.
Ozzy: Yo cantaba una melodía. Después Geezer me pasaba las fantásticas letras que escribió y yo corregía la melodía para adaptarla. Pasábamos cuatro o cinco horas trabajando en cada canción con Rick. El siempre me decía: “¡Ozzy, eso fue de puta madre!” y luego “pero hagamos otra toma”. Nos empujaba a seguir. Yo pensaba que podía grabar una voz en diez minutos y él siempre insistía con que podía lograr algo mejor. Algunos días me ponía de tan mal humor que quería asesinarlo. Pero hoy no tengo ninguna queja, hizo maravillas con mi voz.
RS: ¿Porque Bill Ward no fue parte del grupo?
Geezer Butler: Empezamos el álbum con Bill en el período de escritura. Cuando él se alejó llamamos a Tommy Clufetos (que toca en la gira que los traerá a Buenos Aires) pero por alguna razón Rick no quiso usar a Tommy y sugirió a Brad (Wilk, baterista de Rage Against The Machine). Brad tuvo apenas dos semanas para ensayar con nosotros y fuimos directo al estudio. Aprendió las canciones a medida que las grabábamos.
Ozzy: El problema con Bill fue que el baterista tiene el trabajo más enérgico de la banda. No teníamos la confianza de que pudiera hacerlo y no podíamos estar esperándolo indefinidamente. El nos ponía excusas y pateaba todo para adelante. Nos cansamos de esperarlo.
Otras versiones hablas de problemas contractuales, pero Geezer las llama “excusas”. Cree que la verdad es que Ward no se sentía a la altura del desafío de hacerse cargo de sostener el monstruo que es el sonido clásico de Black Sabbath.
RS: Según expresó Rick Rubin su objetivo fue intentar “desaprendieran” todo lo que sabían y que grabaran como si este fuera su primer disco. ¿Qué contacto tiene 13 con sus primeros álbumes?
Geezer: Grabamos del mismo modo en que grabábamos en aquella época, tocando todo en vivo en el estudio. Algunos de los tracks empezaron como una zapada. Un día zapamos como veinte minutos con un ritmo muy blusero y Rick nos escuchó y se puso a gritar: “sí, sí, tenemos que grabar esto”. Tratamos de hacerlo de nuevo pero no tenía el mismo feeling asi que él se ocupo de editar esos veinte minutos de nuestra zapada en un track de siete. Ozzy cantó lo primero que le vino a la cabeza. El tema se llama “Blues Jam” porque es precisamente eso (en realidad, en el disco este track terminó llamándose “Damaged Soul”) y tiene un mood muy parecido al de nuestro primer álbum.
El mayor don de Rubin como productor consiste en encontrar la manera de devolver a cada banda el ímpetu que tenía en su mejor momento. Rubin declaró abiertamente al presentar su trabajo con Sabbath que no quiso grabar un disco retro, aunque acto seguido afirmó que su objetivo fue hacer que la banda olvidara todo lo que había hecho desde Paranoid y grabara como si estuviera en 1972.
Retro o no, el disco es un viaje en el tiempo. “Rebobinar el futuro hacia el pasado” es uno de los primeros versos que Ozzy canta en “End of the beginning” y puede ser su programa estético. Si bien hay componentes de nuestro presente como la edición en ProTools, estos están al servicio de borrar las marcas que el paso del tiempo pueda haber tenido en los músicos. 13 es Sabbath clásico: es un disco plagado de riffs de plomo derretido y una atmósfera tetrica, que combina el proto metal de Paranoid con el hard blues del primer álbum. Si bien Rubin puede hacer que los músicos toquen como si el tiempo no hubiera pasado, no puede hacer lo mismo con el público. Los yeites característicos como la baja afinación de la guitarra de Iommi, los continuos cambio de tempo y las letras ominosas no alcanzan para transportarnos a 1972 porque llevamos acumulados 40 años de archivo rockero disponible en MP3 en nuestros Ipods, Ipads o celulares y el efecto de estos sonidos reverenciados y tantas veces visitados es inevitablemente muy distinto en la actualidad. En los 70, los discos de Black Sabbath podían escucharse, tal como los músicos mismos imaginaban, como el equivalente auditivo de una película de terror (el nombre del grupo proviene de un film de 1963 del maestro del horror italiano Mario Bava y protagonizado por Boris Karloff) pero hoy, con cinco años de The Osbournes en nuestra memoria colectiva, sabemos que Ozzy no es un monstruo sediento de sangre sino un encantador bufón. Es difícil que su devoción satánica logre perturbarnos: estos 40 años nos llevaron de la paranoia a la parodia. Pero este es un efecto involuntario y ocasional, en especial cuando aparecen letras como “la regeneración de tu aura cibersónica” en la voz de este hombre que ya tiene seis nietos. Este disco no es paródico ni pretende que entablemos ninguna distancia con lo que nos ofrece, sino que quiere conquistarnos con la indudable destreza con la que reproduce el sonido del mejor Sabbath. Y es cierto que tampoco es retro, no quiere exprimir nuestra nostalgia por una época perdida, sino que asume que puede sencillamente transportarnos a la infancia de nuestra experiencia del rock. Pero como sabemos, una vez que se pierde la inocencia ya no hay vuelta atrás. 13 (quizás llamado así por este año ya que en verdad es el disco 22 de Sabbath y el décimo de Ozzy con la banda) es un claro signo de la época “re”: una recreación quizás más competente que su original de una música cuyo mayor valor no fue la profusión técnica sino que era completamente nueva. Su publico ideal es el fanático que querría olvidar todas las veces que escuchó Paranoid para volver a escucharlo por primera vez. Hasta que se inventen los dispositivos para manipular nuestra memoria anticipados por Philip K Dick este disco es su mejor alternativa. Sólo en ese sentido, es un disco completamente anclado en nuestro presente. ¿La experiencia del presente de Ozzy será la misma que la de su público? En un momento le pregunto que le parecieron los videos que hizo su hijo Jack sobre la grabación del disco. Ozzy me dice que no los vio. Yo replico que están en su página oficial y le pregunto si no suele conectarse a Internet para mantenerse informado. El me contesta “¿Estas loco? Soy Ozzy Osbourne, apenas si puedo encender una puta lámpara”.